PARTOS CREATIVOS: EL Último pujo

Recientemente me volví a enfrentar al reto de ponerle el candado a la edición de un filme: Parar de hacer cambios, aceptar que llegamos a la versión final y entregarlo. Cuando no hay un límite, o sea un deadline, el proceso puede ser peligrosamente eterno. Se transita un camino intenso desde la alegre euforia cuando se observa el material crudo hasta montar un primer corte para sentir que no hay película. Ahí viene toda esa diarrea mental de pensamientos limitantes que puede paralizarme, si lo permito. No recuerdo quién dijo: “Tu película nunca es tan buena como el crudo ni tan mala como el primer corte”, pero tiene razón.

Para completar el corto documental “La memoria de las cosas”, me tocó atravesar todo mi lado oscuro, los miedos, las inseguridades, y la voz cruel de mi jueza interna. Por poco doy este filme por perdido y lo abandono porque la perfeccionista en mí no lograba estar satisfecha con ningún corte. Para poner esto en contexto: Yo fui la coproductora, directora, camarógrafa y además estaba editando sola. Había limitado la conversación al diálogo interno. ¿Qué me sacó del limbo existencial improductivo? Pedir ayuda. Llamé a cuatro colegas que respeto y admiro. Les compartí el corte donde me había trancado y recibí sus valiosas perspectivas. Todas fueron una gran contribución.

Cuando llamé a Claudia Calderón, Marie Alicia González, Llaima Sanfiorenzo y Gisela Rosario Ramos, me encontraba en un estado de total frustración. Había editado varias versiones y muy distintas unas de otras. Me llevé hasta el punto del burnout y la confusión. No lograba encontrar el ritmo, el corazón, el más orgánico comienzo, desarrollo y final para “La Memoria de las cosas”. Fue un proceso de total experimentación, un ciclo repetido de intento - error - intento - solución, y casi me ahogo en la montaña rusa emocional que mi soledad propuso. Además, el material era limitado, realmente no paría más. Entonces llamé a mis colegas y todas generosamente vieron mis cortes y me compartieron su insumo. A través de sus miradas, empecé a observar el material con ojos frescos, esperanzados. Me di cuenta de que en vez de tratarlo como editora, lo había estado juzgando, severamente. Me distraje castigando a la directora por no haber tomado otras decisiones, humillando a la camarógrafa por no tener mejor dominio ni técnica.

A la presión que yo me estaba echando al cuerpo se sumaba que esta pieza es una colaboración donde la visión de una amiga y colega admirada necesariamente tenía que ser incluida. La gran Kairiana Núñez Santaliz me había invitado a colaborar y esto no se trataba de una producción mía, sino nuestra. Ella es una actriz, performera y fuerza creativa poderosa. También es mi amiga y nos queremos. Entramos a esta colaboración con tanta emoción e ingenuidad que nunca establecimos las reglas del juego, los no negociables de cada una. El proceso de concebir, desarrollar la historia y grabar fluyó con mucha facilidad. Estaba cada una en su salsa y jugamos con total libertad creativa. Pero: ¿Quién tomaría decisiones finales con la edición? ¿Por qué yo estaba asumiendo que por ser cineasta esto me tocaba a mí? ¿Por qué estábamos ambas asumiendo que estaríamos de acuerdo en todo?

Ahora puede dar risa porque ya lo trascendimos y le dimos importancia a mantener nuestra buena relación. Pero qué fuerte fue reconocer lo distintas que eran nuestras necesidades al enfrentarnos a la edición. Lo audiovisual para una performera no tiene los mismos requerimientos que para una cineasta. Ella y yo no buscábamos hablar el mismo lenguaje. Mi Ego tomó la batuta. Me sentí ofendida de haber ofrecido todo el componente cinematográfico y no tener la palabra final. Cuando logré soltar eso y rendirme humilde ante el material, sin juzgarlo, sin querer volver al pasado y grabarlo distinto...Cuando honré la contribución de mi colega, entonces pude fluir como editora. El proceso de conciliar mi voz interior y también la visión de Kairiana fue de profundo crecimiento. Ambas nos dimos la oportunidad de establecer lo que era esencial para cada una y de ceder espacio a la visión ajena. Encontramos un lugar común en el corazón de lo que el filme buscaba comunicar para poder armonizar nuestras diferencias.

El término growing pains es para toda la vida porque afortunadamente, si así lo escogemos, vamos siempre a seguir creciendo. Este corto ya no es mío, ni de Kairiana, ni nuestro. Lo entregamos para que sea del público y haga su propio camino por el mundo. Ahora puedo agradecer el proceso. Me recordó que en las colaboraciones hay esenciales que se deben negociar desde el inicio; que ante mi Ego y la voz de mi jueza, cuando no pueda sola puedo buscar apoyo. Esta experiencia me remite a lo básico, el cine es un arte colaborativo donde tod@s ponemos nuestros talentos al servicio de contar una historia de la mejor manera posible con los recursos que tenemos. No se trata de las partes individuales, sino de lo que podemos parir como colectivo. Es el filme y el pulso de ese nuevo corazón que nace lo que nos guía.

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